17 mesas de trabajo y más de 130 expertos participaron en este proyecto de Fedesarrollo para discutir los temas más espinosos de Colombia. Este sitio web presenta los resultados del ejercicio, los diagnósticos y las propuestas que surgieron.
En términos de cobertura, Colombia ha logrado avances importantes en los últimos años, sobre todo en educación básica. Sin embargo, aún persisten retos significativos tanto en educación inicial, donde la cobertura para niños de 3, 4 y 5 años es de 53 %, 58 % y 62 %, respectivamente, como en educación media, donde hay un déficit estructural de oferta en las zonas rurales y la cobertura neta es de apenas 45 % (el valor más bajo en países latinoamericanos, 46 puntos por debajo del promedio de la OCDE). En los grados décimo y once la inasistencia aumenta hasta cerca de la mitad de los jóvenes, lo que los priva de obtener un título de bachillerato y continuar con los estudios superiores. En educación superior, si bien el país ha triplicado la cobertura en dos décadas al pasar de 15,3 % en 1996 a 52,9 % en 2017, desde 2018 se ha observado un descenso paulatino de la cobertura que contrasta con una matrícula creciente de formación para el trabajo y desarrollo humano.
Los avances en cobertura no se han reflejado en aumentos en la calidad. En las pruebas PISA de 2018, Colombia presentó una reducción de su desempeño con respecto a 2015 y una diferencia entre 80 y 100 puntos con respecto al promedio de la OCDE. Esto implica que un estudiante de 15 años en el país cuenta con entre 2 y 3 años menos de escolaridad equivalente con respecto a un estudiante promedio de la OCDE. Más de la mitad de los estudiantes en grado noveno no entienden bien lo que leen, y dos terceras partes obtienen el nivel más bajo de desempeño en matemáticas. Pero quizás más importante que el nivel promedio son las brechas existentes en calidad, con una diferencia de 1 año de escolaridad equivalente entre las zonas urbanas y las rurales (40 puntos) y casi de dos años (70 puntos) entre colegios privados y oficiales. En educación superior, donde contamos con un sistema de aseguramiento relativamente consolidado, la acreditación de alta calidad se concentra en los programas universitarios y no cuenta con las herramientas apropiadas para medir la calidad en los programas e instituciones técnicas y tecnológicas; esto ha llevado a que la acreditación de alta calidad se concentre solo en la oferta universitaria, con un 82 % de la oferta acreditada. Además, no hay un marco de referencia para medir la calidad de los técnicos laborales, cursos cortos y diplomados de la formación para el trabajo, lo que impide diferenciar la oferta de calidad y redunda en malas decisiones por los estudiantes de bajos ingresos para los que ésta es la única opción asequible.
Autor: David Forero | Fedesarrollo
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